Una historia jamás contada (Costa Rica)
Todo comenzó una soleada mañana del verano de 1910. Zoila Rosa, hermosa y acaudalada viuda vecina de San Rafael de Escazú, salió al balcón de su amplia casa para observar el paso de las bestias durante un polvoriento arreo de ganado; sus bellos ojos se posaron en la figura de un diestro jinete de ronca voz y varonil estampa.
El apuesto jinete, de nombre José María, viudo también, comerciaba ganado y era dueño de carnicerías en Heredia; se dirigía a San Rafael a negociar con los carniceros de la zona.
El flechazo de Cupido fue certero, -¡inmediato!-. No pasó mucho tiempo antes de que las campanas de boda, repicaran -¡hasta más no poder!- en la blanca iglesita del lugar.
El frío de las navidades de 1911 obsequió a la feliz pareja un hermoso varoncito. Fue en la pila de bautismo donde el niño lloró con rabia -no por la fría agua bautismal- sino por el nombre que le encajaron: Anatolio Donato del Carmen.
¡Con justificada razón gritaba el niño ante tan brutal atropello!
Con escasos dos meses de nacido, Anatolio, a quien su familia apodaba cariñosamente “Tolito”, viajó hasta su nueva residencia en Santo Domingo de Heredia, sitio de origen de su padre.
Desde muy pequeño, su infancia estuvo plagada de travesuras; creció entre potreros, “mecos”, trompos, “bolinchas”, frecuentes escapadas a bañarse en las pozas de los ríos, y bajar jocotes en la finca de los “güilos” (Villalobos) en Lagunilla.
Finalizadas las clases en la escuela Félix Arcadio Montero, jugaba interminables “mejengas” con una bola hecha de las medias que “cachaba” a doña Zoila. ¡Una tremenda bronca al caer la tarde, anunciaba el pitazo final!
Concluidos sus estudios primarios, durante las soleadas mañanas de verano, acostumbraba trasladarse sobre los lomos de su potro blanco a los corrales de la finca de su padre, al noreste del poblado, por el rumbo de Tures. Ahí, bajo la sombra de un viejo roble, pasaba largos ratos dejando volar su imaginación.
Los domingos y días festivos, disfrutaba paseando por el centro del pueblo en la volanta familiar, al lado de su hermana Romelia, de impresionante belleza.
Don José María, padre cariñoso, pero con un carácter de los “once mil diablos”, explotaba frecuentemente cuando perdía dinero en las mesas de juego en San José. Vicio, que con el tiempo le haría perder la fortuna familiar. Los fines de semana, acostumbraba cabalgar con las alforjas de su caballo repletas de dinero hasta las caballerizas localizadas en los Bajos de Amón. Luego, se dirigía a jugar cartas en el centro de la capital.
Si la diosa fortuna lo favorecía, llegaba a su casa cantando y repleto de regalos. Si lo desfavorecía, llegaba hecho una fiera, lanzando la noble bestia contra los amplios portones de madera de su caballeriza… ¡Y todo mundo corría a esconderse!
En uno de esos “grises” días, reclamó a Tolito: – ser el único de sus hijos que no le ayudaba en sus negocios de carnicería-. Lo cierto del caso, es que por esa lejana época, al joven le había entrado la vanidad y le gustaba andar muy “prendidito” “echando “ojitos” a las muchachas más lindas del pueblo.
Acatando las órdenes de su padre, se presentó una mañana muy temprano a trabajar vistiendo muy “acicaladito”. Don José María, al verlo, entró en coraje. Tomó un hígado, lo partió por la mitad, y se lo restregó en su blanca y aplanchada ropa.
-¡Para que aprenda cómo trabajan los hombres!-… Le dijo.
Entre lágrimas y manchas de sangre soportó la angustia de tener que trabajar el día entero exponiéndose a la burla de sus amigos. Este episodio, dejó honda huella en el joven, quien no tardó en tomar la decisión de abandonar las comodidades de su hogar y marcharse en busca de aventuras. – Contaba con apenas 12 años de edad-.
Una oscura mañana de invierno, abandonó su casa con una mochila, dos mudadas y una pesada carga de sentimientos encontrados; le dolía dejar atrás a sus seres queridos, su “pandilla” y su caballo. Marchó rumbo al sureste, por la ruta de San Miguel; zona que conocía muy bien. Caminó entre fincas y cafetales, cruzó el Virilla, subió por el potrero del Higuerón y finalmente llegó a la calle de San Rafael en los planos de Moravia.
Unos amigos, le habían comentado sobre el tranvía que partía de Guadalupe hacia el centro de San José… Intentaba llegar a la estación del ferrocarril del Atlántico… ¡Lo logró! Se “coló” entre los pasajeros; viajó de polizonte.
Lo bajaron en Turrialba, bajo un fuerte aguacero. No sabía qué hacer, hacia dónde dirigirse. Finalmente, llegó la temida noche: -oscura, mojada, llena de misteriosas sombras y preocupantes ruidos-. Buscó refugio en un bodegón a medio construir, y ahí, arrinconado y hecho un “puño de nervios”, pasó la noche.-
-¡No pudo conciliar su sueño!- lleno de angustia recordaba las historias de “aparecidos” que les contaba, en su casa, el “cuentero” del pueblo. Para colmo de males, un ejército de mosquitos en perfecta formación y atacando en picada lo atormentaron durante la larga noche.
Al día siguiente, muy temprano, lo encontró el dueño de la construcción. El buen señor, un reconocido boticario de Turrialba, se conmovió del lamentable estado del muchacho quien no terminaba de controlar su “tembladera”.
Lo llevó a su casa. Su esposa, buena cristiana, lo calmó y alimentó. –¡Prácticamente lo adoptaron!-; por espacio de algunos meses trabajó en la botica haciendo mandados y entregando medicinas.
Nunca comentó quienes eran sus padres y cuál era su lugar de origen. Temía ser devuelto… ¡Sabía lo que le esperaba!
Mientras tanto, en Santo Domingo, pasaron los días y Tolito no aparecía; familiares, amigos y vecinos lo buscaron por todos los rincones. La angustiosa espera no obtuvo feliz respuesta. Al final, optaron por rezarle el novenario.
Fue reconocido por una familia domingueña durante un paseo de verano a Turrialba. ¡Tamaña sorpresa se llevaron!… Lo creían difunto.
La noticia llegó primero, el telégrafo hizo el milagro. Las campanas de las, dos iglesias, no cesaban de repicar, amigos y familiares se abrazaban llorando de gozo. Todos en el pueblo estaban de fiesta. Hasta su potro blanco relinchaba y brincaba de alegría… ¡Era un niño muy popular!
¡Y apareció Tolito!…-¡De locura!-. -¡Como por arte de magia!- se formó un concierto de abrazos, besos y bendiciones. Los vecinos no cabían en los amplios corredores ni frente a la casa de la feliz familia. Su padre lo vio llegar, avanzó con paso firme y lágrimas en los ojos, le dio un interminable abrazo y al finalizar, le susurró al oído: – Tenemos que hablar-…
Durante sus frecuentes viajes a la plaza de ganado, en Alajuela, don José María, había entablado amistad con un próspero ganadero y comerciante apellidado Rodríguez, dueño de un comisariato en el centro de Naranjo, Alajuela.
Un sábado, muy temprano, padre e hijo ensillaron sus caballos y cabalgaron rumbo a la feria ganadera. Los esperaba el señor Rodríguez… Tolito -en medio de un arreo- siguió rumbo a Naranjo. ¡Sólo su caballo blanco lo acompañaba!
Un sábado, muy temprano, padre e hijo ensillaron sus caballos y cabalgaron rumbo a la feria ganadera. Los esperaba el señor Rodríguez… Tolito -en medio de un arreo- siguió rumbo a Naranjo. ¡Sólo su caballo blanco lo acompañaba!
Poco a poco, el niño creció; se hizo hombre trabajando en el almacén. Durante las noches, en su solitaria habitación, cuando sus recuerdos le dolían, entre lágrimas, buscaba refugio en su guitarra. La había comprado con sus ahorros trabajando hasta el anochecer. Mateo, un amigo de su pueblo natal, le había enseñado los secretos de tan noble instrumento.
Y el tiempo pasó y el muchacho echó bigote. Su hermoso caballo blanco lo había abandonado… viajó en busca de verdes pastos en las praderas eternas, a la espera, del reencuentro con el muchacho.
Regresó a San José a punto de cumplir los dieciséis años. Su familia ya no vivía en Santo Domingo; don José María, se había arruinado en las mesas de juego y habían fijado su nueva residencia en Barrio México.
Consiguió trabajo, como misceláneo, en la Secretaría de Hacienda. El muchacho pronto comenzó a llamar la atención por “empunchao”. Terminada su “jornada”, se quedaba horas “picoteando” la máquina de escribir intentando plasmar en el papel sus más caros sueños.
Durante una fiesta de cumpleaños de su jefe, don Laureano, solicitó permiso para dedicarle una canción: – ¡Permiso concedido!- acompañado por su fiel compañera, la guitarra, se “arranco” con el pasodoble “España; los aplausos no se hicieron esperar… ¡Se hizo muy popular!
Al poco tiempo, obtuvo una beca para estudiar contabilidad en una academia comercial situada al costado norte del Colegio de Señoritas. En el momento de matricularse, llegó la pregunta que cambiaría su vida: -¿Su nombre?- Anatolio Donato del Carmen contestó con firmeza el muchacho.
El encargado de la matrícula, viendo que el nombre no calzaba con la personalidad del joven, que sería motivo de burla entre sus compañeros, le aconsejó cambiarlo. Le recomendó hablar con sus parientes para ver si tenía algún otro.
–En aquellos lejanos tiempos, se acostumbraba ponerle a las pobres criaturas una interminable lista de nombres generalmente relacionadas con nombres de santos-.
Conversó con su mamá y comentó lo que le dijeron en la academia. Doña Zoila, buscó afanosamente entre viejos papeles y le contestó: -“Además de esos bonitos nombre que te pusimos”-, están los de Eufrasio, Hilario y Mario.
El joven se presentó al siguiente día en la escuela y comentó lo dicho por su mamá. El profesor inmediatamente le contestó: -¡No se hable más!- Su nombre debe ser Mario. Seguidamente, le preguntó por sus apellidos: Chacón Segura, le contestó. -¡Muy bien!-, De ahora en adelante, su nombre queda registrado como: -Mario Chacón Segura-.
¡Otra historia comenzaba ya por muchos conocida!
El calendario fue botando sus hojas igual que hacen los árboles en otoño. Mucha agua corrió desde entonces bajo el puente del Virilla. Muchas lunas, muchos amaneceres. Muchas canciones de amores y desamores.
Durante una reunión familiar, acompañado por sus hijos y nietos, reía al comentar:- “vean lo que es la vida, yo que quise tanto a mi caballo, y vine a terminar mis días, cuatro cuadras norte, del Caballo Blanco”. – Moravia-.
¡Cuentan! … Que en la madrugada del 15 de diciembre del año 2002, vieron bajar por el bulevar Mario Chacón -un hermoso potro blanco-, para luego desparecer relinchando, entre los viejos pinos del parque Infantil de Los Robles. Horas después, Tolito, cabalgaba hacia la eternidad. Recién había cumplido 91 años de edad.
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