Orontes (Costa Rica)
Había
estrado ya la estación seca. En la finca de Mastate del cantón de Orotina, se
reunían a veces los Domingos por las tardes varios buenos vecinos. En las
noches de luna llena acostumbraban jugar naipe español en el patio de mi casa,
donde las ranas de los árboles de jícara proyectaban figuras fantásticas en el
suelo.
Entonces,
don Santos Siles el curandero del lugar narraba uno de sus cuentos o leyendas;
“Fíjense en aquel fogonazo” señalaba hacia un piñolar vecino; esa es la luz
vigilante del indio Orontes.
Hace
mucho tiempo vivía por estos andurriales un rey de los indios Huetares del
occidente que llamaban el cacique Orontes que era muy ágil y fuerte que se
distinguía por valiente y mañoso. En su corte tenía varias mujeres a su
servicio y los indios lo respetaban y temían como si fuera un dios. Solía
entrar decidido a la lucha con leones, leopardos y tigres saliendo siempre
victorioso.
En
aquel tiempo en casi todas las quebradas hasta el río Machuca las aguas
arrastraban piedras y arenas con oro que los indios conocían, suavizaban el oro
hasta dejarlo blanco como barro de ola con el cual se moldeaban varias
figurillas: Ranas, Pájaros etc. Estas figuritas representaban ídolos que
tocados por el “sukia” servían de amuletos a los cuales se les atribuía poderes
sobrenaturales.
Estos
indios acostumbraban celebrar dos importantes fiestas cada año: Las cosechas de
maíz y frijoles en ellas sacrificaban a los prisioneros de guerra y lo ofrecían
como holocausto a sus dioses, les extraían el corazón y lo comían los sacerdotes
de la tribu y con la sangre rociaban las mazorcas y semillas ofrendadas a su
divinidad protectora. Acostumbraban emborracharse y bailaban cantando alrededor
de un rústico altar.
Cuando
ya estaba al terminar una de estas fiestas, llega un correo de Esparza con la
noticia, de que los hombres blancos habían invadido el lugar. El cacique o rey
Garabito sostenía una ruda lucha contra los invasores blancos y viéndose
apurado solicitó la ayuda de su primo Orontes.
Orontes
y sus cortes habían pasado gran parte de la noche ocultando en un sitio secreto
y seguro todas las joyas de oro propiedad el cacique. Fueron depositadas en
hueco enorme abierto en el lecho de un riachuelo cercano que ahora se conoce
con el nombre de quebrada Zúñiga, Orontes y su gente fueron a la guerra y
supieron hacer honor a su fama de valientes. Regresó herido el rey indio a su
palenque, poco tiempo después murió y fue sepultado con sus armas e insignias a
la orilla del riachuelo cerca de su tesoro el cual fue siempre respetado por
sus vasallos quienes no se atrevieron a tocarlo jamás.
Hoy,
quizá en recuerdo de ese inquieto valeroso y noble cacique ostenta el nombre
del cantón de Orotina llamado anteriormente Santo Domingo de San Mateo y antes
Villa de los Reyes en el Valle de Coyoche.
Ya
han transcurrido varios siglos y el tesoro del cacique sigue oculto; el alma
del cacique sigue vigilante cuidando sin cesar su valioso tesoro.
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