Melampo (Griega)
Amitaon,
hijo de Creteo, vivía en Mesenia, en la ciudad de Pilos, por él fundada. Su
esposa Idómene le dio dos hijos, llamados el uno Biante y el otro Melampo, es
decir, «pie negro», pues, habiéndose quedado dormido un día, siendo aún niño,
al aire libre, el sol le quemó las plantas de los pies de tal modo que se le
ennegrecieron por completo. Los dos hermanos se querían tiernamente y, siendo
todavía pequeños, su padre los envió al campo, donde vivieron y crecieron
juntos.
He
aquí que delante de su casa se alzaba un alto roble en cuyo tronco había un
nido de serpientes. Melampo se divertía a menudo con aquellos astutos animales,
y un día en que los trabajadores dieron muerte a los reptiles padres, sintió él
pena por las abandonadas crías. Amontonó un poco de leña, le prendió fuego y
quemó los cadáveres; luego llevóse la pequeña nidada a casa y la crió. Cuando
fueron ya crecidas las serpientes, ocurrió que, hallándose un día dormido
Melampo, sus protegidos se le subieron encima y, arrastrándose hasta sus hombros,
se pusieron a lamerle las orejas. Al despertarse Melampo asustado, maravillóse
al darse cuenta de que comprendía el canto de los pájaros que volaban por
encima de él. Desde aquel momento fue un famoso adivino, pues las aves le
predecían el porvenir. Más tarde aprendió también el arte de profetizar por las
entrañas de los animales, y se convirtió en el favorito de Apolo, el dios
profeta, que se complacía en conversar con él.
Además
de Amitaon, era también poderoso en Pilos el héroe Neleo, el cual tenía una
hija de maravillosa hermosura, llamada Pero; todo el mundo se la disputaba,
pero Neleo no quería darla a nadie. Biante, el hermano de Melampo, vio también
a la bella Pero y se sintió en el acto inflamado de amor por ella. Yendo a
Neleo, pidióle la mano de su hija, pero el padre le contestó que sólo la
desposaría con el hombre que le trajese el ganado de Ificlo, que era una
herencia de su madre. Aquellas reses eran de una belleza particular y se
encontraban en Fílace, Tesalia, tan bien guardadas por un perro, que ningún
hombre ni animal podía acercarse a ellas. Biante se esforzó, inútilmente, en
robar los bueyes, por lo que decidió pedir la ayuda de su hermano. Melampo, que
quería tiernamente a Biante, se avino a intentar la empresa, aun sabiendo de
antemano que en el curso de la temeraria acción sería detenido y encarcelado
por ladrón. Pero sabía asimismo que, a pesar de todo, transcurrido un año las
reses caerían en su poder, y así, abandonándose a la confianza de algún auxilio
imprevisto, emprendió el viaje a Fílate, tal como había prometido. Allí fue
sorprendido al intentar robar el ganado y, cargado de cadenas, recluido en una
cárcel.
Cuando
había transcurrido casi un año, hallábase un día Melampo en el calabozo
entregado a sus preocupaciones. De pronto oyó que en los cabrios de debajo el
tejado, las carcomas, trabajando, hablaban entre sí. En seguida les dirigió
una pregunta: ¿Estaban muy adelantadas en su obra de destrucción? «Nos falta
por roer una pequeñísima parte solamente —contestaron los insectos—, una
horita más y la cosa estará lista». Al saber esto, Melampo llamó a voz en grito
al carcelero y le pidió que le trasladasen a otro edificio, pues aquél se
derrumbaría dentro breves horas. Apenas había quedado satisfecha la petición,
cuando la casa abandonada se desplomó, convirtiéndose en un montón de ruinas.
Pronto
cundió la noticia del don profético del prisionero, llegando hasta oídos del
rey Fílaco, padre de Ificlo. Pasmóse el Monarca, y dándose cuenta de que tenía
a un excelente adivino encerrado en un calabozo, mandó que le soltasen las
ligaduras y le condujesen a su presencia. Tomándolo entonces aparte, díjole que
le entregaría gustoso el ganado si era capaz de curar a su hijo Ificlo. De niño
había estado éste sano y vigoroso; pero perdida, por una misteriosa y repentina
circunstancia, aquella juvenil salud, jamás se había recuperado. Melampo
prometió al Rey investigar el caso, y Fílaco le reiteró la promesa de cederle
el rebaño. Sacrificó entonces Melampo a Zeus dos toros y, cortándolos en
pedazos, llamó a las aves a tomar parte en el festín. Al acudir ellas volando
desde todos los puntos cardinales, el vidente les preguntó si serían capaces de
descubrir la causa de la dolencia de Ificlo. Pero las aves nada sabían; sólo un
joven buitre que se hallaba presente dijo que quizá su viejo padre, que se
había quedado en el nido, conociera algo de aquel misterio. Inmediatamente
Melampo envió varios mensajeros al viejo buitre, el cual no tardó en
comparecer, comunicando al adivino lo siguiente: Un día en que Fílaco se
encontraba en el bosque cortando leña, se le acercó su hijo, y el padre, en
broma y para asustar al muchacho, había arrojado por delante de éste el hacha
contra un árbol, con tal fuerza que quedó clavada en él sin que pudiese
sacarse. El espanto había corrido por los miembros de Ificlo, y en ello
radicaba toda su enfermedad. «Si tú —siguió diciendo el buitre a Melampo—
encuentras el hacha, ráspale el orín y dalo de beber, mezclado en vino, a
Ificlo durante diez días, y el mozo sanará».
Esto
fue lo que Melampo supo por el viejo buitre. Siguiendo sus instrucciones, buscó
y encontró el hacha, raspó de ella la herrumbre y la dio a beber a Ificlo por
espacio de diez días y muy pronto quedó el joven fresco y sano. Entonces el
rey, contento, dio las reses a Melampo, el cual las condujo a Pilos y las
entregó a Neleo. Recibida de mano de éste, a cambio, la hermosa Pero, llevóla a
su vez a su hermano para esposa. Así vivieron algunos años en Mesenia, mientras
Ificlo se convertía en un apuesto héroe, invencible en la carrera, pues la
ligereza de sus pies era tan extraordinaria, que podía correr sobre un campo de
trigo sin doblar las espigas o por encima de las olas del mar sin mojarse los
tobillos.
En
las tierras de Argólida reinaron en cierta ocasión los gemelos Acrisio y Preto,
nietos de la danaida Hipermnestra y del egiptida Linceo. No se llevaban tan
bien como Melampo y Biante, y ya en el vientre de su madre habían tenido
diferencias. Ya crecidos, peleáronse por la soberanía hasta que Acrisio, habiendo
vencido, desterró del país a Preto. Pero éste huyó a Licia, al rey Yóbates, el
cual le dio a su hija en matrimonio y volvió a conducirle a Argólida al frente
de un ejército. Allí conquistó la ciudad de Tirinto, donde los cíclopes le
construyeron una poderosa muralla y un castillo inexpugnable. Acrisio tuvo
entonces que repartirse el país con su hermano, de manera que él se quedó con
Argos, y Preto fue proclamado rey de Tirinto.
Preto
tuvo de su esposa Antea tres hijas, tan hermosas, que todos los helenos las
pedían por mujeres. Pero ellas eran impías y orgullosas, y un día que entraron
en un viejo templo de la reina de los dioses, burláronse de que fuese tan
sencillo y tan falto de adornos, jactándose de que la casa de su padre era
mucho más fastuosa y reluciente. Pero la diosa no permitió que su venerable
santuario fuese escarnecido y castigó a las impías doncellas enviándoles una
terrible locura que hizo se creyeran vacas, y así echaron a correr mugiendo
campos a través. De este modo estuvieron errando sin tino por Argolia, Arcadia
y todo el Poloponeso. Su padre, apenadísimo y conociendo la gran fama del
vidente Melampo, mandóle llamar y le suplicó que curase a sus desgraciadas
hijas. Melampo contestó:
—Cumpliré
tu deseo si me cedes la soberanía sobre el tercio de tus dominios.
Al
codicioso Rey parecióle aquello demasiado y no aceptó el trato, siendo la
consecuencia que las muchachas se volvieron aún más furiosas. Su locura se
contagió a las demás mujeres argivas. que abandonaron sus moradas y, después de
dar muerte a sus propios hijos, lanzáronse a una vida errante, mugiendo como
las tres hermanas.
Cuando
el mal había llegado a las máximas proporciones. Preto, acosado por el miedo,
volvió a llamar a Melampo y le pidió ayuda, prometiéndole el tercio de su
reino. Pero el adivino se negó a auxiliarle a menos que Preto asegurase a su
hermano Biante otro tercio de sus dominios. Por muy gravosa que pareciese al
rey la condición, acabó cediendo, temeroso de que si seguía vacilando, Melampo
le exigiese al fin todo el reino. Entonces reunió éste a los jóvenes argivos
más vigorosos y, conduciéndolos a la sierra, con su ayuda y entre gritos y
frenéticas danzas fue ahuyentando a todas aquellas locas criaturas hasta las
cercanías de Sición. Durante la persecución murió la mayor de las hijas de
Preto. pero las otras dos se curaron completamente de su demencia, gracias a
que Melampo apaciguó a la airada Hera con plegarias y sacrificios. Recobraron,
pues, felizmente la razón, y su padre las dio por esposas, una a Melampo y la
otra a Biante, además de las prometidas tierras; con lo cual los dos hermanos
se convirtieron en reyes poderosos. Dieron origen a una gloriosa descendencia,
los melanpódidas, en los cuales se perpetuó el don profético de sus
progenitores.
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