Juan Tul (Mexicana)
Aguilar,
alto, fuerte, sin vicios, siempre vestido de vaquero, manejaba el ganado con
una habilidad sorprendente. Era el que domaba los potros cerriles con los que
nadie se atrevía; el que encontraba, si se perdía, la cría de una vaca brava, y
el que cogía, si era difícil, el toro que se desmandaba. Entre sus compañeros
se decía que era brujo; pero Aguilar se reía cuando oía esto.
En
cierta ocasión quiso revelar a uno de ellos el secreto de sus habilidades y le
contó su historia.
Había
nacido en una familia muy pobre y desde pequeño había estado dedicado a
pastorear ganado. Pero Aguilar, en su mocedad, era un vaquero inepto. No era
capaz de meter una sola res en el corral y a menudo era amonestado por el
capataz.
Una
noche, cuando cavilaba, preocupado, sobre las riñas e incluso los palos que se
ganaba, oyó una voz que le decía:
—Si
eres hombre y quieres mejorar de condición, toma el camino que está a tu
derecha.
Así
lo hizo, y al poco tiempo de haber emprendido la marcha, fue grande su sorpresa
al encontrar una granja donde él sólo había conocido bosque. Pero su asombro
aumentó al contemplar todo lo que sucedió después. Las puertas del corral se
abrieron solas. Aguilar entró. Los bebederos estaban llenos de agua. Al poco
tiempo sintió como si se acercase una gran partida de ganado y pronto entraron
en el corral treinta hermosos toros, levantando gran polvareda. Detrás venía un
enorme toro negro, a cuyo paso se retiraron respetuosamente los primeros. Se
dirigió a los bebederos, y sólo cuando hubo terminado de beber,se acercaron
todos los demás. Después se fueron todos, quedando solamente en el corral el
gran toro negro. Entonces las puertas se cerraron y el animal se plantó en
medio, escarbó, lanzó un bramido y levantó la cabeza en actitud de reto. La voz
misteriosa se dejó oír de nuevo, diciendo:
—Aguilar,
ahora te toca; toma esta capa y prueba que eres hombre.
Y
un brazo velludo entregó la capa al asombrado mozo. Aguilar ignoraba el arte
del toreo; sólo contaba con su ligereza y con su animoso corazón. De un salto
se colocó frente a la fiera y por seis veces capeó al toro con la precisión de
un diestro.
—Ya
está probado tu valor —dijo la voz.
Y
apareció de nuevo el velludo brazo, que le entregó un cigarro de holoch para
que pudiera alumbrarse en el camino de regreso. El gran toro negro dio entonces
la vuelta y saltó la tapia del corral.
Aguilar
llegó, al amanecer, a la finca donde prestaba sus servicios. A la entrada
encontró a un desconocido alto, velludo y feo, que le habló en tono de burla.
Juzgándole un entrometido, Aguilar le propinó una gran bofetada, y acto seguido
recibió la respuesta en forma de una verdadera lluvia de golpes. Pero Aguilar
supo resistirlos con buen humor, y el desconocido, riéndose amistosamente,
dijo:
—Eres
hombre; has capeado a Juan Tul y le has puesto la mano encima.
El
desconocido no era otro que el genio de las ganaderías. Es éste un personaje
legendario posterior a la conquista, que tuvo su origen en el más antiguo Huay
Tul, divinidad campestre semejante al Balaam. Desde aquel día, Aguilar gozó del
apoyo de Juan Tul. Podía, con sólo dar una palmada en el campo, recoger todo el
ganado que quisiera. Si se encontraba con alguna dificultad, no tenía más que
aspirar el humo de unos cigarros que el rey de las ganaderías le diera y éste
acudía en su ayuda.
Así
fue como el inepto mozo se convirtió en el más hábil vaquero de la comarca.
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